En el episodio 2 de este pódcast, Julie Guthman habló sobre cómo las soluciones impulsadas por el mercado y los enfoques “tecno-soluCionistas” no han logrado crear un sistema alimentario justo y sostenible. En este episodio, nos enfocamos en cómo esas mismas ideas se encuentran en el corazón de la filantropía moderna — iniciativas que afirman luchar contra la inseguridad alimentaria en el Sur Global.
Para profundizar en este tema, invité a Matthew Canfield. Matthew es antropólogo cultural y académico socio-jurídico cuyo trabajo analiza las leyes y las estructuras de gobernanza que moldean la seguridad alimentaria. Su investigación se sitúa en la intersección de los derechos humanos, la gobernanza global y la política ambiental, y presta especial atención a cómo los movimientos de base y las organizaciones de la sociedad civil utilizan los derechos para influir en la forma en que se organizan los sistemas alimentarios.
Aunque la investigación de Matthew abarca una amplia gama de cuestiones, nuestra conversación de hoy se centra en cómo la visión de filántropos como Bill Gates está moldeada por supuestos racializados — y cómo esos supuestos refuerzan las dinámicas del capitalismo racial y de la desposesión agraria.
Para empezar, ¿puedes contarnos un poco más sobre ti y sobre tu trabajo?
Tengo una formación en antropología cultural y en estudios sociojurídicos, y mi trabajo se sitúa precisamente en la intersección entre la transformación de los sistemas alimentarios y los derechos humanos.
Desde hace unos quince años colaboro estrechamente con movimientos campesinos transnacionales que luchan por la soberanía alimentaria, es decir, por el derecho a producir y a consumir sus propios alimentos. Mi objetivo ha sido comprender los obstáculos políticos y jurídicos que dificultan la construcción de sistemas alimentarios más sostenibles y más justos, y analizar cómo estos movimientos, los pequeños productores y los pueblos indígenas se organizan para reinventar las estructuras jurídicas, políticas y económicas con el fin de hacer realidad su visión.
Más recientemente, me he centrado en un ámbito en particular: el papel de las tecnologías digitales en la agricultura. Esto incluye desde aplicaciones móviles hasta teledetección, pasando por herramientas más recientes como la inteligencia artificial y el machine learning.
Estudio en particular sus efectos sobre los pequeños productores, así como la manera en que estos se organizan para que los sistemas alimentarios digitales que están surgiendo no sean solamente eficaces, sino también sostenibles y equitativos. Me interesa especialmente la forma en que comienzan a inventar nuevas prácticas digitales y a reivindicar nuevos derechos en este ámbito.
Has estudiado cómo la ideología de la innovación tecnológica es promovida por los filántropos, a menudo presentada como una supuesta solución a la inseguridad alimentaria. Uno de sus principales promotores es Bill Gates, a quien la mayoría de la gente conoce como cofundador de Microsoft y uno de los hombres más ricos del planeta. ¿Cuál es entonces la visión o ideología de Bill Gates para resolver los problemas sociales y ambientales, en particular en lo que respecta a la agricultura y la inseguridad alimentaria?
Bill Gates es una figura a la vez fascinante e importante en los sistemas alimentarios globales, pero también en el ámbito de la salud mundial y de la educación en Estados Unidos.
Es el mayor filántropo del mundo, y su impacto en los sistemas alimentarios desde 2006, cuando empezó a financiar la agricultura a escala global, ha sido inmenso. Gates resulta particularmente interesante porque, en los años noventa, era percibido como un monopolista tecnológico y un paria. Fue criticado universalmente por el monopolio que buscaba establecer con el sistema operativo de Microsoft. Fue en esa época cuando empezó a involucrarse en la filantropía, lo que transformó su reputación.
Así pasó de ser un magnate tecnológico global a convertirse en un líder mundial a través de su trabajo filantrópico. Gates ha sido muy explícito acerca de su visión sobre lo que hace su fundación. Todo se basa en la idea de que salvar vidas requiere promover la innovación dirigida a los pobres, al mismo tiempo que se incrementa la demanda de esa innovación. La innovación está realmente en el centro de todo lo que hace la Fundación Gates. Se observa en todo su portafolio, ya sea financiando vacunas y nuevas tecnologías de salud global, o apoyando nuevas tecnologías agrícolas. En agricultura en particular, Gates pone el énfasis en los sistemas de semillas, en el uso de agroquímicos y de fertilizantes sintéticos. En resumen, se trata de reactivar las soluciones tecnológicas de la Revolución Verde para una nueva era.
Por supuesto, Gates no es el único. La innovación se promueve en todo el mundo. El sociólogo canadiense Benoît Godin la describió como una panacea frente a casi todos los problemas sociales. Pero Gates tiene una visión particular de la innovación que busca difundir. Se trata de una innovación tecnológica desarrollada por empresas privadas del Norte global. Considera que la innovación solo puede ser impulsada realmente por el sector privado, y que en su mayoría proviene de los saberes científicos occidentales. Además, insiste en una innovación producida bajo marcos jurídicos de tipo propietario.
Podemos pensar la innovación de dos maneras: cultural y jurídica.
En el plano cultural, se privilegian ciertas visiones de lo que se reconoce como innovación. Los investigadores en ciencias y tecnologías han mostrado que lo que se considera como una nueva tecnología suele estar vinculado a presupuestos impregnados de lógicas raciales sobre la creatividad. Para que algo sea reconocido como innovador, a menudo requiere una puesta en escena y una validación en contextos específicos. Por ejemplo, una tecnología basada en inteligencia artificial para detectar la humedad del suelo será ampliamente reconocida, mientras que los saberes encarnados de los productores campesinos sobre los microbios, los hongos, las lombrices y otras interacciones en el suelo tienen muchas menos posibilidades de serlo. Estas ideas desarrolladas por empresas del Norte son priorizadas como si fueran las verdaderamente innovadoras.
En el plano jurídico, el derecho occidental protege los derechos de los creadores a través de la propiedad intelectual, otorgándoles monopolios limitados para controlar el acceso a sus conocimientos. Gates ha desempeñado un papel central no solo en la promoción de estas tecnologías, sino también en la construcción de un entorno político que refuerza la propiedad intelectual, los derechos de obtentor de variedades vegetales y otras formas de protección propietaria.
Es necesario situar todo esto en el contexto de la economía política global. Gran parte de la producción ha sido externalizada hacia los países del Sur, mientras que el Norte global mantiene un control económico en parte gracias a los derechos de propiedad intelectual. Así que veo la ideología de la innovación en Gates como una ideología contingente y muy particular, impregnada de distinciones raciales y destinada a mantener el control del Norte sobre la economía mundial.
¿Puedes explicar un poco más cuáles son, según tú, las principales motivaciones de filántropos como Bill Gates para implicarse en la agricultura, en particular en el Sur global?
No conozco personalmente a Gates, así que no puedo decir con exactitud qué lo motiva. Pero lo que claramente jugó un papel en el momento en que creó su fundación fue lavar —o incluso “blanquear”— su imagen, y afirmar su influencia a escala mundial gracias a su riqueza y a su inteligencia.
Si observamos cómo luchó por proteger la propiedad intelectual, mantener el monopolio de Windows y frenar el movimiento del software libre, encontramos lógicas que reaparecen también en su acción filantrópica. Su defensa constante de los derechos de propiedad intelectual ya nos da una buena idea de su manera de actuar en este ámbito.
Hoy vemos claramente cómo hombres extremadamente ricos están moldeando los sistemas políticos y económicos globales, y Gates fue uno de los pioneros de esta tendencia ya en los años noventa y dos mil. Desde muy temprano buscó imponerse como un líder mundial.
En la agricultura, un momento clave para él fue retomar la herencia de la Revolución Verde, impulsada originalmente por la Fundación Rockefeller. A principios de los 2000, esa fundación quiso relanzar la Revolución Verde, llamándola “doblemente verde”, insistiendo en la idea de sostenibilidad —aunque cabe preguntarse qué significaba realmente.
Gates vio la oportunidad de usar su fortuna colosal para ampliar su influencia mundial, apoyándose en la lógica tecnológica de aquella primera Revolución Verde. Solo que, esta vez, lo hizo bajo su propio nombre, con su propio financiamiento y su propia reputación.
La filantropía ya es polémica por varias razones, y el “filantrocapitalismo” lo es aún más, este término que utilizas en tus escritos. ¿Puedes explicar qué entiendes por filantrocapitalismo y hablar de sus impactos y de sus límites?
El filantrocapitalismo es un término relativamente reciente que activistas e investigadores utilizan para describir la integración de métodos y estrategias basados en el mercado dentro de la acción caritativa, en particular por parte de individuos extremadamente ricos.
Hay que recordar, sin embargo, que la filantropía siempre ha desempeñado un papel estructural en la reproducción del capitalismo. Podemos pensar en los magnates del petróleo del siglo XIX y principios del XX, que contribuyeron de manera decisiva a remodelar el Estado corporativo y el desarrollo del capitalismo liberal.
Lo que realmente distingue al filantrocapitalismo es su dependencia de métodos inspirados en el mercado —por ejemplo, la promoción de asociaciones público-privadas para responder a los desafíos globales. En el contexto de los sistemas alimentarios, esto significa que, en lugar de promover la equidad social mediante la redistribución, problemas como la pobreza se reformulan como oportunidades de mercado. Los críticos sostienen que esto limita los cambios sociales redistributivos y agrava las desigualdades.
Para Gates, este enfoque es especialmente importante porque estamos en un momento de transformación estructural del capitalismo, en lo que podríamos llamar los regímenes de acumulación, es decir, la manera en que funciona el capitalismo. El énfasis está cada vez más puesto en las tecnologías digitales y las soluciones tecnológicas, un terreno que Gates conoce particularmente bien.
Si las empresas, por sí solas, llevaran sus tecnologías a regiones como África, donde opera la Fundación Gates, probablemente fracasarían. De hecho, ya han encontrado fracasos: por ejemplo, los intentos de promover los cultivos genéticamente modificados en el Sur global han fracasado en gran medida.
Pero con la fachada de altruismo que ofrece la Fundación Gates, Gates desempeña un papel crucial al hacer posibles estos mercados.
Linsey McGoey, una investigadora de referencia sobre el filantrocapitalismo y la Fundación Gates, describe muy bien esta dinámica en su libro There’s No Such Thing as a Free Gift. Con un financiamiento inmenso llegan también expectativas. En el caso de Gates, esas expectativas suelen implicar la introducción de nuevas tecnologías y cambios políticos que crean condiciones favorables para las empresas.
El filantrocapitalismo está, por lo tanto, en el corazón de lo que actualmente observamos en la agricultura: una creciente consolidación empresarial y un mayor control de los sistemas alimentarios globales por parte de los actores corporativos.
¿Cuál es el verdadero poder y el alcance de la influencia de Bill Gates? ¿Quién lo escucha y por qué?
Es realmente difícil sobrestimar la influencia que tiene Gates dentro del ecosistema agrícola mundial. Esto incluye al sector privado, a los gobiernos y a las instituciones internacionales —principalmente porque es uno de los principales financiadores de todos estos actores.
En general, si consideramos a la Fundación Gates en el contexto de los sistemas alimentarios globales, persigue dos objetivos principales. El primero es la financiación de tecnologías, ya sea mediante subvenciones o mediante inversiones. Es importante señalar que la Fundación Gates no representa la totalidad de las acciones de Gates. Además de esta financiación filantrópica, también cuenta con varias iniciativas de capital de riesgo, en particular relacionadas con el cambio climático.
El segundo objetivo es la comunicación y la incidencia política, con el fin de crear un marco favorable para la adopción de nuevas tecnologías y de la innovación. Estas dos estrategias funcionan simultáneamente.
Por ejemplo, en el continente africano —que ha sido el principal terreno de intervención de Gates— la fundación contribuyó a la creación de la Alianza para una Revolución Verde en África (AGRA) en 2006 y le proporcionó 638 millones de dólares, lo que representaba aproximadamente dos tercios de su presupuesto.
Desde 2006, la Fundación Gates ha destinado unos 6.000 millones de dólares a la lucha contra la inseguridad alimentaria, principalmente en África. Más recientemente, Gates prometió 200.000 millones de dólares adicionales para el continente. Son sumas colosales, que explican en gran parte por qué Gates es capaz de financiar a casi todos los actores principales del ecosistema del desarrollo agrícola y, de esta forma, ejercer su influencia de múltiples maneras.
Una organización importante que financia es el sistema CGIAR, la red mundial de investigación agrícola. La Fundación Gates ha prometido más de 1.400 millones de dólares a esta organización. Esta financiación también ha contribuido a la reorganización de sus 15 centros descentralizados en un sistema unificado, un solo CGIAR, ahora efectivamente dirigido por las iniciativas de Gates.
Gates desempeña también un papel central en la escena internacional. Por ejemplo, en 2021, el Secretario General de la ONU organizó la primera Cumbre de las Naciones Unidas sobre Sistemas Alimentarios, presidida por Agnes Kalibata, presidenta de AGRA. Esta cumbre tuvo una enorme influencia en la definición de la agenda y del sentido de la transformación de los sistemas alimentarios, en un momento en que se reconocía ampliamente que los enfoques dominantes de la agricultura habían fracasado en garantizar la seguridad alimentaria y habían tenido impactos significativos sobre el clima.
Su influencia se extiende, por lo tanto, a escala mundial, nacional y científica, y se manifiesta a través de la financiación de prácticamente todas las grandes organizaciones que trabajan en agricultura. Es, verdaderamente, inmensa.
¿Cómo perciben las poblaciones locales del Sur global, en los lugares donde Gates interviene, sus acciones? ¿Y cómo se tienen en cuenta las voces campesinas?
Creo que en realidad es una pregunta complicada, porque Gates ha sabido manejar muy bien sus relaciones públicas. Gran parte de su filantropía funciona como una operación de comunicación para extender su influencia. Diría que ha sido eficaz en presentarse no solo como un experto brillante, sino también como alguien profundamente generoso y preocupado por el continente africano.
Dicho esto, aunque sí existe cierto apoyo entre las poblaciones locales hacia Gates —en particular por sus logros como empresario, que muchos consideran un modelo a seguir—, los pequeños productores y quienes se ven directamente afectados por sus intervenciones se han movilizado para cuestionar su poder.
La Alianza por la Soberanía Alimentaria en África (AFSA) está a la vanguardia de la resistencia entre los pequeños productores africanos frente a su visión, que consiste en promover la comercialización y la industrialización.
Y son muy claros en sus razones. Uno de los principales problemas de esta visión es su carácter no sostenible. Promueve prácticas que hacen a los pequeños productores más vulnerables —por ejemplo, frente al cambio climático— y los atrapa en ciclos de endeudamiento.
Además, despoja a las comunidades locales e indígenas de sus propios saberes —esos sistemas de conocimiento campesino desarrollados a lo largo de generaciones.
También existe una preocupación generalizada respecto a los cultivos genéticamente modificados. Gates ha presentado los transgénicos como una “solución milagrosa” para la sostenibilidad, la seguridad alimentaria y las carencias nutricionales. Pero hay un amplio escepticismo sobre la capacidad de este tipo de solución para resolver realmente estos problemas, y muchas de estas iniciativas han fracasado.
A esto se suma que se trata de un enfoque no democrático, impuesto de arriba hacia abajo. Este es un punto sobre el cual existe un consenso amplio y una preocupación fuerte entre las poblaciones locales directamente afectadas por sus intervenciones.
¿Qué organismos genéticamente modificados ha financiado la Fundación Gates y cuáles han sido los resultados concretos en Asia y África?
Hay que destacar que la trayectoria de Gates en la agricultura se inició precisamente con los OGM. Comenzó a financiar el arroz dorado (Golden Rice) ya en 2002 y desde entonces ha destinado millones de dólares al proyecto. En 2011, otorgó una subvención de 10 millones de dólares.
El arroz dorado es una larga saga, bien conocida por quienes la siguen, que consiste en modificar genéticamente el arroz para combatir las deficiencias de vitamina A. Este tema de la biofortificación es central para Gates.
En los años noventa y dos mil, los promotores de los transgénicos afirmaban que si algunos países no establecían leyes de bioseguridad para permitirlos, era porque los consumidores no veían un beneficio directo. Por eso hubo un gran esfuerzo por desarrollar modificaciones genéticas que supuestamente aportarían beneficios visibles al consumidor, como combatir la carencia de vitamina A.
El arroz dorado generó muchas controversias, especialmente en torno a la bioseguridad: ¿era realmente seguro para el consumo? Finalmente, algunos ensayos concluyeron que sí, pero persisten dudas sobre cómo se llevaron a cabo esas pruebas, quién las financió y los posibles conflictos de interés.
Otro problema recurrente con los OGM es que a menudo rinden menos que las variedades locales. Los campesinos no estaban particularmente interesados en cultivar arroz dorado. Se observaron patrones similares con el algodón Bt, que a menudo se presenta como el “éxito” africano de los transgénicos, adoptado en Burkina Faso.
Brian Dowd-Uribe ha escrito mucho sobre este tema, mostrando que en realidad el algodón Bt era inferior. Los pequeños productores terminaron abandonándolo porque no era rentable en el mercado y requería importantes insumos químicos, además de la compra anual de semillas patentadas.
La Fundación Gates también ha promovido muchos otros cultivos transgénicos: la yuca resistente a virus, el maíz TELA (resistente al barrenador y al gusano cogollero), el caupí Bt. Yo mismo he escrito bastante sobre los plátanos biofortificados en Uganda —los famosos “superbananos” o “bananos dorados” enriquecidos con vitamina A. Durante mucho tiempo, estos cultivos fracasaron ampliamente. Fue entonces cuando Gates comprendió que no bastaba con financiar las tecnologías. Empezó a sostener todo un aparato de comunicación y de incidencia política para promoverlas.
Por ejemplo, financió la Cornell Alliance for Science, que lleva a cabo lo que llama “comunicación basada en la ciencia”. Esta organización forma redes de periodistas para promover de manera agresiva los OGM en todo el mundo, especialmente en los países africanos donde la Fundación Gates es activa. También se dedica a atacar a individuos y organizaciones percibidos como anti-tecnología.
La Fundación Gates es asimismo un importante financiador de la African Agricultural Technology Foundation (AATF), una organización clave de incidencia política a favor de leyes de bioseguridad para los transgénicos, así como de protecciones asociadas en materia de propiedad intelectual y derechos de obtentor vegetal. En 2024, participé en una conferencia financiada por Gates, la African Conference on Agricultural Technologies, en Nairobi. Lo que me llamó la atención —a la vez impresionante y preocupante— fue que cada ponente y cada organización presentes estaban vinculados, de una u otra manera, a la Fundación Gates. Esto muestra la existencia de un aparato entero dedicado a promover una visión muy particular de la innovación agrícola.
Por último, la Fundación Gates ha sido muy agresiva frente a las críticas. Y eso es lamentable, porque estos debates —sobre qué cultivos y tecnologías deberían o no adoptar los países— son importantes. Estas tácticas demuestran hasta qué punto la fundación está comprometida con la promoción de su visión. Y aunque hoy sea cada vez más influyente, le ha llevado mucho tiempo alcanzar este nivel de poder.
¿Dirías que existen iniciativas de Gates que realmente hayan logrado sacar a los agricultores de la pobreza o mejorar la seguridad alimentaria, al menos a corto plazo?
Creo que uno de los problemas con los cultivos genéticamente modificados es esa lógica de la “solución milagro” tecno-solucionista: solo abordan un problema aislado. Pero la agricultura y los sistemas alimentarios están profundamente interconectados. La producción depende tanto de los contextos ecológicos y agroecológicos como de los mercados.
Por ejemplo, el algodón Bt sí produjo más, pero de menor calidad, y no existían mercados para ese producto: por lo tanto, no fue un éxito. De manera similar, la banana biofortificada promovida por la Fundación Gates nunca llevó al gobierno de Uganda a flexibilizar su normativa ni a autorizar los transgénicos. Parte del problema es que la banana es un cultivo básico con una enorme importancia cultural. Introducir una banana genéticamente modificada podría tener graves impactos en la biodiversidad, especialmente en Uganda, que es un centro importante de diversidad de variedades autóctonas de banana.
Otro ejemplo es el frijol caupí (niébé) Bt. Probablemente sea uno de los cultivos transgénicos más “exitosos” de la Fundación Gates, pues contribuyó a una adopción más amplia de los OGM en Nigeria. Pero existen numerosas objeciones científicas, ya que gran parte de la investigación está realizada por investigadores vinculados a Gates o a intereses corporativos, lo que plantea conflictos de interés. Tradicionalmente, el frijol caupí se cultiva en asociación con cereales como el mijo, lo que ayuda a reducir la erosión del suelo y fomenta la policultura, ofreciendo tanto diversidad alimentaria como reducción de la presión de plagas.
El caupí Bt, en cambio, favorece el monocultivo. Esto hace que los agricultores dependan de un solo cultivo y tengan que comprar cada año el paquete completo de semillas, fertilizantes y agroquímicos, lo que a menudo los expone al endeudamiento.
Por lo tanto, es difícil decir que estas iniciativas hayan sido verdaderos éxitos. Si bien la Fundación Gates ha logrado influir en las políticas agrícolas y crear mercados para las empresas, la mayoría de los proyectos no alcanzaron sus objetivos declarados. Sobre todo han beneficiado a los actores privados, sin generar impactos significativos para los pequeños productores de alimentos.
¿Puedes desarrollar un poco sobre el impacto de la agenda de Gates y del filantrocapitalismo en general sobre la soberanía alimentaria, y detallar más la respuesta de los movimientos de soberanía alimentaria?
Me gustaría comenzar por el punto del fracaso, porque en muchos contextos la Fundación Gates ha enfrentado tanto fracasos como una fuerte resistencia por parte de las poblaciones que se suponía debían beneficiarse de sus fondos.
Se puede ver esto en la educación en Estados Unidos, donde Gates promovió pequeñas escuelas y un régimen extremadamente riguroso de pruebas estandarizadas, lo que provocó una fuerte oposición por parte de los padres.
En la salud global, durante la pandemia de COVID-19, ejerció un control importante sobre el sistema, transformándolo de uno que podría haber permitido el intercambio mundial de investigaciones sobre vacunas a un sistema dominado por los derechos de propiedad intelectual.
En agricultura, las reacciones a sus fracasos han sido particularmente fuertes. Investigaciones independientes muestran que la Alianza para una Revolución Verde en África (AGRA) no alcanzó su objetivo de duplicar la producción. En algunos países objetivo, la inseguridad alimentaria incluso aumentó un 30 %. Esto resulta aún más llamativo dado que la Fundación Gates no proporciona datos transparentes ni evaluaciones de sus propios proyectos, mientras promueve activamente la recopilación de datos por parte de los gobiernos.
Estos fracasos han tenido un impacto considerable en las poblaciones. La soberanía alimentaria, como concepto, se refiere al derecho de los pequeños productores a determinar por sí mismos sus sistemas alimentarios y agrícolas: es un derecho democrático. Esto se opone directamente al modelo de la Fundación Gates, que es descendente, dirigido por los donantes y moldeado por la lógica corporativa y las ideas propias de Gates.
La investigadora Rachel Sherman ha realizado excelentes estudios que muestran que muchos miembros del personal de la fundación trabajan principalmente para satisfacer a Gates, en lugar de atender las necesidades y prioridades locales.
Aquí es donde entra la Alianza para la Soberanía Alimentaria en África (AFSA). Fundada entre 2008 y 2009, AFSA se ha convertido en una red panafricana de organizaciones de pequeños productores que defienden un enfoque alternativo basado en el conocimiento local y campesino, la autonomía y sistemas alimentarios fundamentados en la agroecología. Esta visión abarca no solo la producción agrícola, sino todos los sistemas alimentarios, incluidos los mercados territoriales que fomentan la biodiversidad y los policultivos, reduciendo así la dependencia de insumos externos.
AFSA ha sido muy activa movilizándose contra la Fundación Gates. En 2024, el Southern African Faith Communities’ Environment Institute (SAFCEI) publicó una carta abierta solicitando reparaciones a la Fundación Gates por su impacto en los sistemas alimentarios. AFSA y SAFCEI continúan abogando no solo por la suspensión de la promoción de la agricultura industrial, sino también por obtener reparaciones por los cambios impuestos por la fundación.
Me gustaría abordar uno de los principales argumentos de tu artículo sobre Gates. ¿Cómo está formada la visión de la innovación de Bill Gates por supuestos que reproducen el capitalismo racial y la desposesión agraria?
Es una pregunta importante. Ya lo mencioné antes al señalar que su ideología de la innovación está impregnada de lógicas raciales, especialmente en lo que respecta a los tipos de conocimiento que considera válidos.
Relaciono esta ideología con otra que fue central en el colonialismo: la ideología de la mejora (improvement). La mejora era una idea desarrollada por pensadores como John Locke, William Petty y otros teóricos y burócratas ingleses, utilizada para justificar la expansión europea y la apropiación de las tierras de los pueblos indígenas.
Era una ideología fundada en distinciones raciales. Valoraba más las formas de conocimiento científico del Norte y ciertos tipos de uso de la tierra. Por ejemplo, Locke afirmaba que los pueblos indígenas “desperdiciaban” la tierra, mientras que los británicos —a través de la Revolución Agrícola británica y sus enfoques “científicos” de la agricultura— estaban mejor capacitados para cultivarla. Esta lógica se utilizó luego para justificar la apropiación de tierras y el establecimiento de derechos de propiedad privada.
Así, la mejora fue central para la creación de la propiedad privada y la expansión del control territorial europeo. Hoy veo que la ideología de la innovación funciona de manera similar.
Mientras que la ideología de la mejora justificaba la desposesión de los pueblos indígenas y colonizados de sus tierras, la ideología de la innovación sirve ahora para enclavar el conocimiento y extraer rentas mediante derechos de propiedad intelectual e infraestructuras de datos privatizadas. En este sentido, las mismas lógicas raciales están en juego —solo que el enfoque ha cambiado, pasando de la tierra a la propiedad intelectual y los datos.
Me interesa particularmente estas infraestructuras de datos privatizadas: todos los datos recogidos a través de aplicaciones móviles, sensores remotos y otras tecnologías, cada vez más controlados por empresas privadas.
Esto es crucial para pensar las formas contemporáneas de colonialismo. Muchos hablan de colonialismo de datos, y las críticas están creciendo, especialmente dentro de los movimientos africanos. Estos movimientos plantean la siguiente pregunta: ¿cómo confrontar no solo el persistente problema del acaparamiento de tierras —todavía muy presente en el continente— sino también las nuevas formas de desposesión, como la captura de conocimientos y recursos mediante derechos de propiedad intelectual, la recopilación de datos y el borrado de los sistemas de conocimiento locales e indígenas?
¿Puedes contarnos un poco más sobre quién se beneficia realmente de estos desarrollos tecnológicos en agricultura y qué posibles conflictos de interés pueden surgir?
Creo que es importante entender que la Fundación Gates se considera a sí misma un actor de financiamiento catalítico. Ese es el término que utiliza. La idea es que la Fundación inyecta dinero inicial, pero el verdadero objetivo es provocar cambios políticos y lograr que los gobiernos —a menudo con recursos muy limitados— se hagan cargo del financiamiento.
Un ejemplo clave son los programas de subsidios a insumos agrícolas. A través de AGRA y en sus países objetivos, la Fundación ha impulsado a los gobiernos a financiar subsidios para insumos, especialmente fertilizantes. La Fundación Gates puede aportar parte de los fondos, pero la mayoría proviene de los presupuestos públicos. Estos programas terminan consumiendo grandes porciones de recursos públicos escasos, y ¿a dónde van esos fondos? Se dirigen al sector privado, principalmente a la industria de fertilizantes, área en la que la Fundación ha puesto un enorme énfasis. Por ejemplo, recientemente, la Fundación Gates fue uno de los principales financiadores del Africa Fertilizer and Soil Health Summit.
Así, un papel clave de la Fundación es canalizar fondos públicos para sostener el capital agroindustrial privado.
El segundo papel consiste en impulsar reformas legales y políticas, especialmente en torno a los derechos de obtentores vegetales y la protección de la propiedad intelectual. La economista Mariana Mazzucato describe esto como una forma moderna de búsqueda de renta: los riesgos de la innovación se socializan, mientras que las ganancias se privatizan. Los fondos públicos respaldan la innovación, pero los beneficios fluyen hacia las empresas privadas.
Y no se trata solo de gigantes como Bayer o Syngenta, aunque son centrales. Las empresas semilleras locales también se benefician, pero muchas están de alguna manera vinculadas a la agroindustria global. Todo esto ocurre en un contexto de creciente control corporativo y consolidación de los sistemas alimentarios a nivel mundial —y la Fundación Gates ayuda a acelerar esta tendencia.
Lo que encuentro particularmente chocante —y que no ha recibido suficiente atención— es el papel de la Fundación en negociar acuerdos que benefician directamente a Microsoft. Con el auge de las tecnologías digitales en agricultura, Gates ha apoyado memorandos de entendimiento entre Microsoft y gobiernos africanos para desarrollar enormes proyectos de datos. Esto da a Microsoft acceso a enormes volúmenes de datos y ancla a la empresa profundamente en las infraestructuras digitales estatales.
Anteriormente ya existían preocupaciones sobre conflictos de interés. Por ejemplo, en los años 2000 se reveló que Gates, o la Fundación Gates, poseía acciones significativas en Monsanto mientras promovía la agricultura industrial. Esto generó indignación y eventualmente se deshicieron de esas acciones.
Lo que vemos hoy parece aún más flagrante. La Fundación Gates promueve activamente a Microsoft en todo el continente africano, alentando a los gobiernos a trabajar con la empresa en grandes proyectos de datos. Esto le da a Microsoft un acceso privilegiado a datos agrícolas y estatales valiosos, integrándola profundamente en las infraestructuras digitales de los Estados.
El conflicto de interés aquí es claro. Gates fue el principal accionista de Microsoft y, aunque donó gran parte de sus acciones a la Fundación, en 2024 la propia Fundación Gates aún poseía más de 39 millones de acciones de Microsoft.
Por lo tanto, cuando la Fundación promueve el papel de Microsoft en la agricultura africana mientras se beneficia directamente de esas acciones, esto representa un nuevo nivel de philanthrocapitalismo, en el que la fundación funciona, en la práctica, como una empresa.
Las empresas agroindustriales son muy hábiles en comunicación. ¿Cuáles son los términos clave que los oyentes deberían conocer para identificar un discurso o ideología problemático?
En los últimos diez años, a medida que la agroecología ha surgido como la principal alternativa a la agricultura industrial y como un modelo distinto de sistemas alimentarios, hemos visto a la Fundación Gates y a empresas privadas trabajar activamente para crear otros términos que promuevan su visión: cualquier cosa que no sea agroecología pero que siga siendo atractiva. Durante mucho tiempo, ese término fue agricultura climáticamente inteligente (climate-smart agriculture).
En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2021, Gates anunció 315 millones de dólares para el CGIAR, principalmente para expandir la agricultura climáticamente inteligente, y vinculó esta financiación a una iniciativa más amplia: la Agricultural Innovation Mission for Climate. Gran parte de la financiación agrícola de la Fundación Gates ahora se canaliza a través de este marco.
El problema es que la agricultura climáticamente inteligente puede significar muchas cosas. A veces puede incluir agroecología, pero con mayor frecuencia enfatiza intervenciones que la Fundación Gates ha apoyado desde hace mucho tiempo: agricultura de precisión, semillas híbridas tolerantes a la sequía y ciertos agroquímicos — enfoques que no forman parte de la agroecología. En la práctica, la agricultura climáticamente inteligente se convirtió en un término paraguas, una manera de desviar la conversación de la agroecología. Incluso se construyó una verdadera Alianza por la Agricultura Climáticamente Inteligente en torno a este marco.
Más recientemente, hemos visto la promoción de la producción “nature-positive”, especialmente durante la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU, como otra alternativa a la agroecología. El término agricultura regenerativa también ha ganado popularidad. Pero la agricultura regenerativa es muy controvertida: a veces coincide con la agroecología, a veces no. Por ejemplo, durante mi trabajo de campo en el este de Kenia, observé que la Fundación Gates promovía la agricultura regenerativa de manera muy cercana a la agricultura industrial. Muchos en el movimiento regenerativo sostienen que esto ni siquiera era realmente regenerativo.
Todos estos términos — agricultura climáticamente inteligente, producción nature-positive, agricultura regenerativa — funcionan como alternativas flexibles que evitan usar la palabra agroecología. Mientras tanto, la agroecología misma sigue siendo impulsada por las visiones y el protagonismo de los movimientos por la soberanía alimentaria y de los pequeños productores.
¿Qué papel desempeñan las organizaciones multilaterales como la FAO, tanto para fomentar este sistema como para establecer sus límites?
Creo que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) juega un papel muy importante —tanto como convocadora de los Estados miembros dentro del sistema de la ONU como a través de su trabajo de campo en calidad de organismo de desarrollo y científico.
Después de la crisis alimentaria mundial de 2008–2009, se produjo una especie de cuestionamiento del sistema alimentario global. Esto llevó a una revitalización del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CFS). Durante años, este comité había sido un órgano bastante inactivo dentro de la FAO, pero fue reformado para convertirse en un espacio mucho más dinámico, multi-actor y politizado —un lugar donde los pequeños productores y el movimiento por la soberanía alimentaria podían tener una voz directa. El CFS se convirtió en un raro espacio político donde se podían presentar, debatir y defender frente a gobiernos y otros actores visiones competitivas sobre la transformación de los sistemas alimentarios.
Pero esto comenzó a cambiar con la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU en 2021, anunciada dos años antes. Parte de este cambio estuvo relacionado con el nuevo Director General de la FAO, pero también se inscribía en un impulso más amplio del Foro Económico Mundial para reconfigurar las instituciones multilaterales según lo que llaman un modelo multiactor. Como explicó Klaus Schwab, fundador del Foro, los Estados no son los únicos actores —y tal vez ni siquiera los más importantes. Según esta visión, las empresas deberían jugar un papel central.
Este giro multiactor ha transformado profundamente la manera en que la ONU opera en el ámbito agrícola, orientándola hacia soluciones basadas en el mercado y lideradas por el sector privado para la seguridad alimentaria. Por eso los movimientos mundiales por la soberanía alimentaria y los movimientos agrarios se movilizaron fuertemente contra la Cumbre de Sistemas Alimentarios de 2021. Se mostraron alarmados no solo por su formato, sino también por los conflictos de interés: su comité asesor científico estaba presidido por un antiguo dirigente de AGRA, y el presidente de AGRA también presidía la propia cumbre.
Aunque la Subsecretaria General, Amina Mohammed, había prometido que no se crearían nuevas instituciones a partir de la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU, esta sigue operando. El Hub de Coordinación de Sistemas Alimentarios de la ONU ha desempeñado un papel importante en la redefinición de la agenda global sobre la transformación de los sistemas alimentarios y la seguridad alimentaria, volviéndola más voluntaria, más fragmentada y mucho más alineada con las inversiones del sector privado.
Por lo tanto, sí, instituciones como la FAO pueden desempeñar un papel crítico. Pero al adoptar este modelo multiactor centrado en la inversión, corren el riesgo de erosionar su legitimidad como convocantes neutrales de los Estados miembros.
Muy interesante, pero no parece que las cosas estén yendo en la dirección correcta...
Sí, yo diría que las cosas van más bien en la dirección equivocada en este momento. Dicho esto, todavía queda mucho espacio para la contestación y la movilización, especialmente a nivel nacional. Las organizaciones multilaterales juegan un papel importante a escala global al dar legitimidad a diferentes actores y enfoques. Pero si observamos el terreno —particularmente en los contextos africanos que conozco mejor—, los pequeños productores alimentarios buscan ante todo autonomía. Quieren poder alimentar a sus familias, tener acceso seguro a la tierra, a los recursos y a los mercados, y se movilizan para exigir esto a sus gobiernos.
Por lo tanto, el ímpetu no tiene que situarse necesariamente a nivel internacional —donde las oportunidades se reducen— sino en los niveles nacional y regional, donde puede haber más espacio para la defensa de derechos y la acción.
¿Hay algo que te gustaría que los tomadores de decisiones, especialmente en el Norte Global, donde se encuentran la mayoría de estos filántropos, apoyaran más activamente en el ámbito político?
Creo que, en realidad, es bastante simple: los pequeños productores alimentarios deben estar en el centro de la toma de decisiones. Eso es exactamente lo que significa la soberanía alimentaria.
Uno de los aspectos más problemáticos del paso al modelo multi-actores es que, en cierta medida, las organizaciones internacionales y los gobiernos han adoptado la lección —pero seleccionando únicamente a las organizaciones con las que quieren trabajar.
Sabemos por más de un siglo de investigaciones sobre transformación agraria que el sector agrícola es extremadamente diverso, tanto en términos de clases sociales como de intereses. Escuchar múltiples voces es crucial. Pero seleccionar únicamente a las organizaciones que comparten tu ideología y llamar a eso “inclusivo” no es inclusivo.
Esto es esencialmente un debilitamiento de las estructuras democráticas, un fenómeno que se observa en todo el mundo junto con el retroceso de la democracia. Lo más importante es que los agricultores autoorganizados estén en la mesa y conduzcan los cambios que les afectan.
También es importante reconocer la responsabilidad histórica: después de siglos de colonialismo, los países del Norte Global deberían continuar proporcionando ayuda extranjera y reparaciones a los países de los que extrajeron riquezas. Lamentablemente, este compromiso está en declive. Más allá del financiamiento, lo crucial es que estos países —y las filantropías— escuchen realmente a las comunidades a las que dicen ayudar. La Fundación Gates, en particular, ha resistido esto. Su mentalidad descendente del tipo “sé lo que es mejor para ustedes” reproduce estructuras coloniales, ahora superpuestas con nuevas formas de extractivismo, incluyendo derechos de propiedad intelectual, insumos propietarios y tecnologías digitales.
Creo que nos dirigimos hacia un ajuste de cuentas con estas nuevas formas de colonialismo. Al mismo tiempo, es un momento importante para que los movimientos sociales exijan que sus gobiernos los escuchen. Muchos movimientos democráticos enfrentan fuertes presiones e incluso violencia, pero los pequeños productores alimentarios y sus aliados en todo el mundo continúan movilizándose, y esta movilización es esencial.
¿Tienes recomendaciones para nuestros oyentes y lectores que quieran profundizar en los temas de innovación tecnológica en agricultura, filantrocapitalismo y soberanía alimentaria?
Existe una gran cantidad de trabajos sobre estos temas. Creo que uno de los puntos de partida más importantes es seguir el trabajo de AFSA, la African Food Sovereignty Alliance. Ellos proporcionan perspectivas críticas sobre la soberanía alimentaria, los pequeños productores y los impactos de la innovación tecnológica en la agricultura.
Otro recurso importante es el CSIPM, el Civil Society and Indigenous Peoples’ Mechanism, que forma parte del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial. Sus informes ofrecen perspectivas directamente provenientes de las voces de pequeños productores y comunidades indígenas.
También recomiendo consultar los análisis de IPES-Food, que produce muchas investigaciones valiosas sobre los sistemas alimentarios globales. Más allá de estas organizaciones, existen muchos otros movimientos de soberanía alimentaria que merecen ser explorados.
Finalmente, hay trabajos académicos realizados por investigadores, incluyéndome a mí y a muchos colegas, que buscan entender los cambios político-económicos globales, las relaciones de poder y los marcos emergentes de derechos en agricultura y sistemas alimentarios. Combinar estas perspectivas —desde el trabajo de campo, el organizacional y el académico— ofrece una visión más completa de las fuerzas que moldean nuestros sistemas alimentarios hoy en día.
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Entrevista realizada por: Thomas